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LA PASIÓN DE CYRANO DE BERGERAC

Por Cristina Álvarez Cañas

El XXXII Festival de Otoño a Primavera estrena en España la versión íntima y depurada de este gran clásico del teatro francés firmado por Edmond Rostand, que corre a cargo del reputado director galo Georges Lavaudant

 

«Érase un hombre a una nariz pegado», un personaje de pluma impecable, conquistador a través de la palabra y profesional de la escritura fina al mismo tiempo que dotado espadachín. El misterio de manejar armas tan distintas –y con objetivos tan antagónicos– conduce a nuestro protagonista a llevar la doble vida de Dr. Jeckyll y Mr. Hyde. Monstruo feroz con una espada despiadada y un apéndice nasal que le atormenta, pero bondadoso cómplice del amor cuando éste llama a sus puertas.

 

Dando muestras de su eclecticismo, el Festival de Otoño a Primavera de la Comunidad de Madrid ha puesto de nuevo sus ojos en un clásico moderno, para gozo de las nuevas generaciones y de aquellos que nunca han visto sobre las tablas al gran Cyrano de Bergerac. Algunos recordarán al personaje por las adaptaciones cinematográficas. Un éxito dramático que en los primeros destellos del séptimo arte ya contaba con hasta cinco adaptaciones en la gran pantalla. Después sobresaldrían la película filmada por el precursor italiano Augusto Genina, en 1925, y aquella protagonizada por José Ferrer, en 1950, a la que seguiría la oscarizada versión de 1990, firmada por Jean-Paul Rappaneau. Años más tarde, su extraordinario, a la par que rebelde, protagonista, Gerard Depardieu, daría vida irónicamente con su controvertido cambio de nacionalidad a una cita del real Cyrano: «Un hombre honesto no es ni francés, ni alemán, ni español, es Ciudadano del Mundo, y su patria está en todas partes».

 

El regreso por la puerta grande de este magnífico clásico –en la Sala Roja de los Teatros de Canal– ha sido posible gracias a la recreación de la compañía francesa LG Théâtre bajo la tutela del director de escena Georges Lauvadant. El trabajo de ambos ha devuelto a la vida al legendario personaje de Edmond Rostand que, pese a su más de siglo de vida –la obra fue publicada en 1897–, sigue suscitando la misma ternura y empatía entre el público.

Algunos quizá no sepan que la pasión de don Cyrano de Bergerac tiene su referente en la existencia y experiencia del poeta y dramaturgo francés del siglo XVII Hercule- Savinien de Cyrano de Bergerac. Como su alter ego teatral, aquel poseía una prominente nariz objeto de numerosas burlas, y tanto su personalidad iconoclasta como su fama de libertino le ocasionaban también más de un choque frontal contra la moral establecida por la Iglesia de la época. La nueva versión de Lauvadant, exdirector del Thêatre del Odeón, estrenada en el Festival Nuits de Fourvière de Lyon en junio de 2013, no olvida la subversión del personaje, pero pone su atención y sensibilidad en el hombre que duda de sí mismo por una fealdad asumida, que no impide, sin embargo, que otros de sus atributos brillen –aunque sea a escondidas–. Entonces, ¿es acaso el valiente combatiente Cyrano un pusilánime o un ciego en temas amorosos? ¿Alguien que no ve que todas sus virtudes son capaces de estallar a su favor para conquistar a una dama? La impotencia remueve al espectador en su butaca, pero la lectura optimista no tiene lugar en la comi-tragedia de Rostand, la cual comienza haciéndonos reír y termina con un trozo de nuestro corazón despedazado. Como el destino ordena.

 

Según el testimonio de Lauvadant, «al inicio, simplemente me dije que había que tomarlo un poco al pie de la letra. Si hago Cyrano, debo asumir confrontarme con un texto popular. Para mí, es un ejercicio difícil e inesperado, en un registro muy nuevo. La primera etapa del trabajo consiste en no esquivar los datos que forman parte del encanto: el brío, los mosqueteros, los duelos. Hay un placer infantil en esto, pero no debe volverse pueril ni ceder a la facilidad, hay que intentar hacer más profundas las situaciones, ganar en sutileza y en sinceridad».

 

Pese a todo, hablamos de un Cyrano mucho más íntimo. La puesta en escena en esta ocasión, obra de Jean-Pierre Vergier, rechaza aditamentos. Cyrano, Roxane y Christian llenan las tablas con sus conversaciones y un prodigioso texto en verso alejandrino que fluye a una velocidad pasmosa. No hay miedo a equivocarse cuando es el corazón quien dicta las palabras. O, más bien, si Cyrano es el que habla, porque este antihéroe del amor por decisión propia cultiva el arte de la poesía mejor si cabe que el de la espada.

 

Quien a estas alturas no haya oído hablar del argumento ha de saber que, en una generosa cruzada vital, Cyrano decide ayudar a su prima amada, Roxane, enamorada a su vez de un hermoso y apuesto cadete, Christian, a consolidar en relación el amor que a primera vista ha surgido entre ambos. Al muchacho, sin embargo, le falta una verborrea elocuente a la hora de expresarse cara a cara, por lo que Cyrano comienza a hacer de interlocutor escribiéndole cartas de amor a su prima en nombre del joven. Tal es la destreza de Cyrano, que Roxane estará cada vez más interesada en escuchar la voz del poeta y leer las cartas que cree de Christian más que en admirar su belleza. En un encuentro entre los dos enamorados así llegará a confesárselo: «Amo más tu alma que tu belleza», lo que provocará que Christian se replantee su lugar en un triángulo amoroso que no puede acabar bien.

 

Si este gran referente de la dramaturgia francesa se ha convertido en un clásico universal es porque casi todos en alguna ocasión nos hemos sentido Cyrano, o lo hemos tenido muy cerca. El sufrimiento del malogrado protagonista, que se transforma en generosidad por el amor que siente hacia Roxane, es tan complejo como conmovedor. Una empatía que puede despertar sentimientos encontrados en el espectador, aquel que le compadece y aquel que le recrimina más agallas, aunque en ambos casos es la admiración la que preside su figura.

 

Lauvadant también se pregunta acerca de semejante unanimidad: «¿Por qué un personaje se hace un mito? En Cyrano está su inspiración extraordinaria, su ardor, sus contradicciones, la complejidad de un personaje que hereda tantas figuras: Matamoros, D’Artagnan, Alceste, sin hablar del Cyrano histórico, amante, sabio, poeta…». Cyrano de Bergerac muestra los elementos que atrapan y emocionan al público, llevándole a plantearse valores atemporales como la lealtad, la justicia o la amistad, y haciéndole reflexionar sobre cómo las circunstancias y la serendipia, un factor siempre ajeno a la voluntad de cualquier hombre, pueden cambiar el rumbo de una vida planeada.

 

Desde aquella primera representación del libreto el 28 de diciembre de 1897 en el Théâtre de la Porte-Saint-Martin de París, con Coquelin en el papel de Cyrano de Bergerac, han transcurrido 118 años y numerosas lecturas que, según el autor de esta última, nunca serán suficientes: «Todo el mundo conoce o cree conocer esta pieza», afirma Lauvadant. Y concluye: «De hecho, abunda en detalles sorprendentes, que no acabamos de redescubrir. Cyrano deBergerac siempre nos da un poco más de lo que creíamos».

Foto: Hervé All