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Entrevista con Claudia Faci, Pablo Messiez y Fernanda Orazi

Por José Luis Romo
“Creo que Strinberg pertenece a un mundo profundamente misógino, construido por hombres, donde la mujer es el misterio”

El Teatro Pradillo acoge a finales del mes de marzo la última aventura de Claudia Faci, que aborda el texto de Strinberg Acreedores bajo un prisma muy personal, con la complicidad de los intérpretes Pablo Messiez y Fernanda Orazi


A-creedores es el título con el que la coreógrafa y directora Claudia Faci, una de las grandes de nuestra vanguardia, y los argentinos Fernanda Orazi y Pablo Messiez han rebautizado el descarnado clásico de August Strindberg Acreedores, un texto que narra la fría venganza de un marido hacia su esposa. El nuevo guion del título no es casual. Nada lo es en este montaje que gira en torno a la incapacidad de amar y al mismo hecho teatral. Una revisión no apta para ortodoxos.

 

PREGUNTA.- Claudia, siendo una mujer de vanguardia, sorprende que se haya propuesto adaptar un clásico...

 

CLAUDIA FACI.- Lo de mujer de vanguardia lo decís los demás. Soy una clásica (ríe). Abordar un clásico tenía que ver con la curiosidad de saber cómo veía desde el lugar en el que me muevo ahora en la escena aquello que había estudiado con pasión cuando era joven. Quería saber cómo lo iba a procesar. El reto era ese.

 

P.- Del amplio abanico con el que se formó, ¿por qué eligió a Strindberg y, concretamente, Acreedores para este montaje?

 

C.F.- Porque me encantaba ese autor. Estaba muy enganchada a Strindberg cuando estudiaba interpretación y había tenido una relación muy fascinante con esa obra. Fernanda no puede decir lo mismo.

 

FERNANDA ORAZI.- Yo la leí y me produjo un «Uf, vaya pereza» (ríe).

 

C.F.- Pero, volviendo a tu pregunta, no puedo decir nada concreto. Lo que yo puedo elucubrar sobre por qué elegí esto, incluso ahora, se va a responder solo más adelante.

 

P.- Fernanda, ¿cómo se incorporaron Pablo y usted a este proceso?

 

F.O.- Yo trabajé durante una temporada en el Teatro Pradillo. Ahí nos conocimos y me encanta ver a Claudia en escena. Ella también venía a ver mis obras y un día dijimos: «Hay que hacer algo juntas, sea lo que sea». Como si nos da la calentura y nos ponemos a bailar. A Claudia le vino lo de Strindberg y nos decidimos. Fui yo la que sugerí a Pablo. Como ella tenía el vínculo con el material, era ella la que debía dirigir y el proceso fue muy interesante, porque fuimos probando desde lugares muy diferentes hasta que quedó lo que quedó y, en ese sentido, es muy honesto. No teníamos ninguna pretensión sobre cómo debíamos abordar esta obra.

 

P.- Pablo, ¿qué fue lo que pensó al recibir la propuesta?

 

PABLO MESSIEZ.- Yo lo que más quería era actuar. Aunque dirijo, no quiero dejar de actuar. Me parece que tener ese vínculo de poner el cuerpo en el escenario me viene muy bien para el estilo de dirección en el que trabajo. Aquí, además, tengo que cantar y bailar y me parece un trabajo muy rico. Cuando dirijo obras, me gusta que el deseo de los que están en el proyecto tenga lugar y Claudia dio rienda suelta a nuestro deseo. A las cosas que nos ponían. Cantar y bailar en mi caso... Bueno, no es un musical de Broadway, ¿eh? (ríe).

 

P.- ¿Cómo han llevado ese mundo naturalista de Strindberg a su propio universo, con el que, a priori, no tiene mucho que ver?

 

C.F.- Del naturalismo y del realismo lo único que queda es una reflexión acerca de la realidad. La única realidad que a mí me interesa es la que ocurre, no la que se quiere parecer a la realidad. Me interesa el encuentro con el espectador en ese momento concreto, lo que ocurre ahí. Si quisiéramos parecer naturales, estaríamos negando que lo somos. En un primer momento, se miró la posibilidad de hacer escenas naturalistas pero, francamente, a mí no me atraía lo suficiente. Hay mucha gente que hace propuestas naturalistas muy bien, pero yo estoy para otras cosas. Para mí es importante no repetir. Eso no quiere decir que haya que buscar la originalidad a toda costa. Pero no quiero hacer una obra parecida a las de Pablo, con lo maravillosas que son ya las de Pablo.

 

P.M.- A mí hay una cosa que me gusta mucho de lo que ha armado Claudia y es que pone en evidencia algo que siempre es así, que toda puesta en escena es un diálogo con un material. Ya sea naturalista o no, por acción u omisión, siempre estamos diciendo algo de la obra. Cuando ya se han instalado esos lugares comunes sobre lo que se supone que es el teatro, derribar suposiciones y poner el dedo en la llaga diciendo: «Toda obra es un texto y unas subjetividades» me parece muy bonito. Tiene que ver con un título que me encanta: La dificultad de ver lo obvio, de Feldenkrais.

 

P.- Para Pablo y Fernanda, ¿cómo fue integrarse en esta propuesta de Claudia?

 

C.F.- Bueno, ellos no tenían un modo de trabajo en el que integrarse. No existía. Yo nunca había dirigido ni puesto en escena nada que no hubiera sido generado enteramente por mí. Así que he ido encontrando la manera de generar la propuesta con ellos y sobre ellos.

 

F.O.- Efectivamente, fuimos los tres los que nos integramos y buscamos el camino. No

Pablo y yo por un lado y Claudia desde otro. Para mí, una de las cosas más bonitas fue que Claudia nos preguntó qué teníamos ganas de hacer en el escenario. El deseo configuró nuestras acciones.

 

P.- Cuando Claudia les preguntó qué querían hacer, ¿cuál fue su respuesta?

 

P.M.- ¡Bailar!

 

F.O.- Yo quería hacer una vaca (ríe). De verdad, más allá de la literalidad de la vaca, me interesaba trabajar esa animalidad.

 

C.F.- Eso a mí me vino fenomenal. Esta obra existe porque Strindberg está atacado con su mujer, y con las mujeres en general. Hay un libro de autoayuda que se llama La culpa la tiene la vaca y hubiera sido perfecto para Strindberg.

 

P.- Precisamente, esto me da pie para recordar una cita de Strindberg al hilo de esta obra: «Aunque un marido viviera 100 años, nunca podría saber nada de la verdadera existencia de su mujer. Podrá conocer el mundo, el universo, pero nunca a esa persona que convive con él». ¿Qué opinan ustedes?

 

P.M.- Yo creo que cualquier relación es eso. El fenómeno de la comunicación es tan complejo; el modo en que elegimos las palabras para llegar al otro, la forma en que el otro las recibe..., hay ahí una grieta enorme que es insalvable. Es algo que me interesa mucho. El cómo estar juntos, si nunca sabemos qué estás escuchando de lo que te estoy diciendo. Radicalmente. Me parece una cita muy bonita y eso que yo tampoco quiero mucho a Strindberg.

 

F.O.- Yo imagino a Strindberg diciendo esto, como enfadado, por no poder llegar a conocer a su esposa, enfrentándose a un problema que es inevitable. Por otro lado, yo no querría conocer a una persona como la ciencia conoce las plantas. Desaparecería todo el erotismo, la sensualidad, el peligro... Ojalá nunca conozcamos a las personas como si fueran un protozoo.

 

C.F.- Yo estoy de acuerdo con lo que dice Pablo pero, viniendo de quien viene, creo que pertenece a un mundo profundamente misógino, en el que la mujer es lo desconocido en la medida en que es un mundo construido por hombres, y entre ellos lo entienden, pero la mujer es el misterio. Yo creo que Strindberg está enganchado a ese misterio en lo más profundo de su ser. En su obra, la mujer es el absoluto otro.

 

P.- En vuestra pieza, ¿se reconoce Acreedores?

 

F.O.- Alguien que ha leído la obra y escucha el texto reconoce que es Acreedores de Strindberg, sí.

 

C.F.- Lo bonito sería pensar que nuestra propuesta brinda la posibilidad de reconocer otras cosas que están en Acreedores y que quizás se habían perdido.

 

P.- Dicen que los clásicos son preguntas en forma de obra que cuestionan nuestro tiempo. ¿Qué cuestiona A-creedores?

 

P.M.- Creo que la obra es una gran pregunta sobre cómo estar juntos. Y eso es algo que, para mí, tiene mucho que ver con el mismo hecho teatral.

 

C.F.- Tiene razón. Además, para mí, hay dos cosas que pertenecen a dos órdenes distintos: por un lado, la incapacidad de amar. Porque los personajes se tratan fatal, incluso a sí mismos. Habla de esa incapacidad para hacer del amor, de las relaciones de pareja y de las relaciones sexuales, algo pacífico, constructivo, productivo. Es algo que hoy continúa, creo que hemos cambiado poco, aunque han surgido normas para regularlo... Luego, la otra cuestión que salta al leer la obra es la del puro teatro como máquina de producir visión. ¿Qué es eso de mirar por el ojo en la cerradura? ¿Qué es eso de hacerse la idea de la realidad con el ojo de la cerradura, viendo solo una parte? El teatro funciona como ese ojo de la cerradura que recorta los bordes y dentro del cual está todo lo que se supone que debe estar. Pero no sabemos qué pasa más allá de los bordes o a ambos lados de la cerradura.

Foto: Pedro Albornoz