León de Plata de la Danza en la Bienal de Venecia 2022
Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes 2022
Bailaora de Málaga
Cuadrar el círculo
Improvisación sobre una o más cosas
Rocío Molina, bailaora |
Aparición espontánea, guitarra |
Pepe de Pura, cantaor |
Oruco, palmas/baile |
Rocío Molina, idea original y coreografía |
Julia Valencia, dirección de arte |
La inspiración, dirección musical |
Carlos Soto, diseño de escenografía |
Enrique Fuenteblanca, textos |
Jaime Tuñón, fotógrafo |
Carmen Mori, dirección técnica |
Javier Álvarez, técnico de sonido |
María Agar, regiduría |
El Mandaito Producciones S.L., dirección de producción |
Cuadrar el círculo es una performance que parte de algo sencillo. Se disponen antes algunas formas y limitaciones: dos cuerpos, luego tres, cuatro, y quizás más; una estructura ovalada, casi un círculo; una mesa, bastante cuadrada, por cierto; en ella, un vaso, más que por cilíndrico por llenarlo de ron, a poder ser Zacapa; una pregunta, de esas importantes, pero, ¿cuál?; un código, la cosa flamenca, que es a la vez técnica y memoria; por último, para rematar, unos zapatos muy usados, usadísimos. Después hay que echarse a bailar, medir el espacio hasta agotarlo, si es que es posible. Vaya, no hablamos de nada nuevo, más bien de todo lo contrario. Volver a intentar resolver ese problema antiguo que no podía resolverse tan solo con compás y regla. Intentar, si se puede, cuadrar el círculo.
Coreógrafa y bailaora iconoclasta, Rocío Molina ha acuñado un lenguaje propio cimentado en la tradición reinventada de un flamenco que respeta sus esencias y se abraza a las vanguardias. Radicalmente libre, aúna en sus piezas el virtuosismo técnico, la investigación contemporánea y el riesgo conceptual. Sin miedo a tejer alianzas con otras disciplinas y artistas, sus coreografías son acontecimientos escénicos singulares que se nutren de ideas y formas culturales que abarcan desde el cine a la literatura, pasando por la filosofía y la pintura. Su búsqueda artística ha sido reconocida con premios de la relevancia de la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes del Ministerio de Cultura 2022 y el prestigioso León de Plata de la Danza de la Bienal de Venecia, así como el Premio de danza Positano, ambos en 2022, el Premio Nacional de Danza en el año 2010, los UK National Dance Award en 2019 y 2016, hasta cuatro Premios Max y el reciente Premio Talía 2023 como mejor intérprete por ‘Vuelta a Uno’. Es una de las artistas españolas con mayor proyección internacional y sus obras han podido verse en los más importantes escenarios de todo el mundo desde el Barbican Center de Londres, el New York City Center, el Festival de Aviñón, el Esplanade de Singapur, el Festival Tanz Im August de Berlín, el Festival SPAF de Seúl, el Teatro Stanislavsky de Moscú, el Teatro Nacional de Taiwan, el Dansens Hus de Oslo y Estocolmo, el Teatro Nacional de Chaillot en París o el Bunkamura de Tokio.
Cuadrar el círculo
Improvisación sobre una o más cosas
Cuadrar el círculo es una performance de Rocío Molina. Una vez dicho esto, lo esperable sería describir lo que en ella sucede pero, para no ser cuadriculados, comenzaremos por salir del marco y hablar de lo que sucedió antes. Durante el rodaje del film La gran mentira de la muerte, la artista Wu Tsang le preguntó a Molina: «¿cómo aflora la idea de la muerte en tu baile?». Contestó: «Por un lado, podría hablar de la técnica. Y de la seguiriya y la soleá. Por el otro, diría que lo único que envidio de los toreros es que pueden morir en la arena.
El flamenco es la gran mentira de la muerte» (si la memoria no nos falla). Hay aquí una primera idea: a menudo, en el flamenco se escenifica la muerte, llamándola, haciéndose vulnerable, una escenificación que tiene algo de teatral. Ante esta teatralidad, que para algunos puede resultar manierista o frustrante —aunque aquí la defendemos como condición de posibilidad—, seguimos invocándola, agotando el cuerpo hasta sus límites. Es allí, en la vulnerabilidad del extremo agotamiento, donde puede que suceda algo, una de esas cosas que, una vez pasadas, se recuerdan como un acontecimiento.
Tomemos algunas imágenes para ilustrar aquello de lo que hablamos. En 1969, Marcel Broodthaers realiza La Pluie (Projet pour un texte), un vídeo en el que el artista se graba a sí mismo encorvado, casi agotado, intentando escribir con tinta china bajo una lluvia torrencial (tan intensa que tiene algo de teatral, lo que aquí viene a significar de mentira, o de algo más que la mentira). A medida que escribe, el trazo se diluye haciendo ilegible lo que escribe. Todo lo que resultan son papeles mojados, pero el artista, obstinado, no cesa en su empeño. Podría entenderse que hay un paralelismo entre la obra de Broodthaers y el relato «Un artista del hambre» de Franz Kafka, en el que describe a un artista del no comer que se extenúa a sí mismo hasta ser tan fino —y la fineza es la rondadura de la finitud— como una espiga.
De estos artistas del hambre se podría decir, flamencamente, que no tienen remedio. A este respecto, el poeta Nathaniel Mackey define la idea del «sin remedio», tan presente en la literatura flamenca, como «un anhelo sin objeto» que da lugar a una imposibilidad. La lacaniana soleá lo expresa así: «De tu querer apartarme / es como escribir en el agua / de una piedra sacar sangre». Pues, como canta Pepe el de la Matrona, también por soleá, en la economía artística a veces más vale que «remedio no tengas». Creo que estas tres imágenes, la de Broothaers, la de Kafka y la soleá, ilustran una antigua problemática artística, esa que une a quien baila una frenética escobilla, a quien deja de comer y a quien quiere sin remedio.
Antes de estas conversaciones, Molina y Jose el Oruco habían estado trabajando en una obra titulada Manual para una conferencia, en la que Matías Umpierrez invita a Pedro G. Romero a escribir un texto aparentemente imposible: algo así como las «instrucciones de uso» de una conferencia. «Se trata, sí, de acordar en el espacio-tiempo de la conferencia un momento de desnudez, de exposición total, en el que lo que acontece sea visible. Esto muestra cierta fragilidad, cierta vulnerabilidad, cierto quiebre. Ya digo, los flamencos esto lo han trabajado históricamente, llevan años y años "escribiendo " sus modos de hacer de esta manera. Lo importante es que eso aparezca en algún momento», escribe. Esto quiere decir que eso que llamábamos «acontecimiento», de nuevo relacionado aquí en lo quebrado, lo vulnerable, tiene que ver con algo que desborda el texto y sus sentidos, que se desparrama por fuera de él y produce una materia diferente. Utilizando una expresión del dramaturgo Tadeusz Kantor, si el texto es el grano, la escena, que es el límite, el marco trazado, es el molino que lo tritura.
Cuando nos referíamos al límite al comienzo de este texto también hablábamos de juego, de jugar a este acontecimiento que, en cierto sentido, encarnaba la figura de la muerte. El juego siempre consiste en poner ciertas limitaciones, establecer un campo (cuadrado o circular) para estimular así la potencia. En los juegos de humor, se manipulan esos límites, a menudo mediante la exageración, generando así ambigüedad en los sentidos que se emplean. Sin duda, hay algo de exageración en las flamencas maneras de lo que aquí vemos. Exagerar, del latín exaggerare, tiene su origen en la acumulación excesiva de tierra hasta superar un límite. Ya sea cavando una trinchera o delimitando un campo, unas lindes, palada a palada la tierra se amontona hasta salirse del marco, desbordarse y enfangarlo todo. Hay algo de eso, de exageración, en esta relación que se da entre Rocío y el resto de cuerpos en escena, su hipergestualidad y sus idas y venidas, la técnica desbordante y la estrechez del espacio donde se baila. Nos hacen ver que algo no cuadra del todo.
Sirva la reflexión anterior para dos cosas: para dar fe de que hay humor en esto que los artistas hacen, y para afirmar, sin duda, que están jugando. Y es que algunos juegos, especialmente los más serios, giran en torno a problemas irresolubles. Una metáfora común para describir el intento de resolver lo irresoluble es «cuadrar el círculo». La cuadratura del círculo es uno de los tres grandes problemas de la matemática antigua. Consiste en construir un cuadrado del mismo área que un círculo dado mediante un número finito de pasos; algo imposible si se utiliza tan solo la regla y el compás —juego y técnica—, afortunadas herramientas para hablar de lo que hablamos. Una última definición de esto que, a priori, se nos presenta como indefinible —labor de los poetas y bailarines demostrar que no lo es—: decía Louis Zukofsky que la poesía es una función cuyos extremos son el discurso y la canción, pero, ¿cuál es la fórmula para unirlos? Un problema de locos. Y más aún unir funciones y poemas.
Quizás piense el lector que todas estas referencias, imágenes e ideas hayan sido, a su vez, una exageración. Como escribió Alexandre Pope, de tanto correr en círculo lo hemos encontrado cuadrado. Cuando uno escribe un texto de este tipo, siempre ha de preguntarse, pasado el delirio de la escritura: ¿nos cuadra lo escrito con lo que aquí vemos? En este problema nos hallamos. No cabe duda: todas estas palabras, que corren el riesgo de caer en la palabrería por su pretensión de removerlo todo; todas estas referencias; metáforas; y retóricas, no han servido más que para enfangar aún más la cosa. Es quizás por ello por lo que Molina decide disponer tan solo un puñado de limitaciones y echarlas a bailar. Algo sencillo: dos cuerpos, tres y, quizás luego, alguno más; una estructura ovalada, casi un círculo; una mesa, bastante cuadrada, por cierto; en ella, un vaso, más que por cilíndrico por llenarlo de ron, a poder ser, Zacapa; una pregunta, de esas que se consideran fundamentales, pero, ¿cuál?; un código, la cosa flamenca, que es una técnica y, a la vez, una memoria; por último, para rematar, unos zapatos, muy usados, usadísimos. Después es necesario echarse a bailar, medir el espacio hasta agotarlo, si es que es posible. Vaya, no hablamos de nada nuevo, más bien de todo lo contrario. Otra vez más, intentar «cuadrar el círculo», reformular ese problema antiguo que no podía resolverse tan solo con compás y regla.
A partir de aquí, ya solo queda decir que, en esto del baile, a veces es necesario que la cosa no cuadre del todo.
Enrique Fuenteblanca
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