Estas casi tres horas con La Phármaco prometen ser un acontecimiento escénico inolvidable. Luz Arcas pone el broche al tríptico BEKRISTEN y lo muestra entero después de revisar sus dos primeras partes, La domesticación (estrenada en los Teatros del Canal en 2019) y Somos la guerra (estrenada en Conde Duque en 2021), y concluir con la tercera, La buena obra, que vive aquí su estreno absoluto, cimentando la estrecha relación con el Festival de Otoño, que coprodujo y estrenó en 2020 su exitoso espectáculo Toná.
Con respecto a Toná o a otras piezas como Mariana, obras más de raíz que miran a la potencia folklórica del sur español, este tríptico, que mira menos al pasado y se centra en el futuro, está en el otro flanco creativo de Luz Arcas. Bekristen significa cristianos en lengua fang, la etnia más numerosa de Guinea Ecuatorial, lugar donde se gestó el proyecto. Si se usa como título genérico es porque hace referencia a la naturaleza económico-espiritual de cualquier proyecto imperialista, sostenido sobre una confusa estrategia de combinación entre objetivos macroeconómicos y rituales culturales cotidianos. Como demuestran el cristianismo y el capitalismo, que tantas veces van de la mano, la imposición de doctrinas de dominación camufladas en anhelos de salvación o de progreso, está en la base de cualquier proyecto colonialista, antes y ahora que el colonialismo se ejerce sin invasiones territoriales, sino financieras.
Luz Arcas tiene todo esto en mente, porque es un animal político, pero nos lo devuelve poéticamente sobre el escenario, con la potencia del cuerpo, de la imagen, de lo orgánico, de la música. En Bekristen firma coreografía, dramaturgia, espacio y vestuario, y además baila junto a un grupo de intérpretes poderosos entre la bruma mística sonora, folclórica y electrónica, que aporta la música de Le Parody al conjunto. Un conjunto estructurado en torno a una idea bíblica que empieza en un jardín edénico, continúa con tinte evangélico y acaba en lo apocalíptico.
La domesticación es un bodegón que derrocha exuberancia. Carne, fruto, vegetal, sexo, cuerpos jóvenes, impulso preverbal, antes de Dios, antes del lenguaje, antes del verbo. Una fiesta pagana y primitiva donde la socialización aparece como una necesidad atávica, inherente a la condición humana, amoral y salvaje. Esos cuerpos llegan desde muy distintas procedencias y se relacionan sin método, sin plan de futuro, como entregados a un instinto antediluviano y generando una energía indomable.
Y si La domesticación es el fruto, es la potencia del brote, es la carne fresca, Somos la guerra es sudor y lágrimas, es agua, es la disolución de aquel instinto primero en la fuerza del trabajo, donde el trabajo es al capitalismo lo que el rezo al cristianismo: una forma de asegurarse el paraíso, el ascenso, el éxito, pero con pena y con dolor también. La obra, técnicamente, trata de desintelectualizar la danza y poner en el centro la idea del baile. Una pieza rota, un evangelio apócrifo escrito con las primeras palabras del mundo, ahora que ha llegado el verbo y Dios se ha personificado. Un relato no oficial a partir del mito de la Anunciación y la Resurrección.
Finalmente, la última pieza del tríptico se estrena bajo el título La buena obra, que la propia Luz Arcas define como “profecía visual sobre la obsolescencia”. La poética del fuego, que deja tras de sí cenizas, residuos. La obsolescencia de los objetos forzosamente caducos que nos sobrevivirán como basura, lo que queda después del cuerpo. Objetos inservibles y datos, muchos datos, que necesitan espacio para guardarse generando a su vez mayor impacto sobre un planeta-vertedero. Una mirada preocupada sobre un futuro hecho del residuo de la vida. Un lamento convertido en resistencia.
BEKRISTEN /// TRÍPTICO DE LA PROSPERIDAD
No hables nunca de lo que no te importe, si no, oirás cosas que no te gusten.
Las mil y una noches
Todo comienza en 2015 en Malabo, capital de Guinea Ecuatorial, excolonia española devastada por el imperialismo, donde acudí a desarrollar un proyecto de danza. BEKRISTEN, que significa ‘cristianos’ en lengua fang, nace de una fuerte crisis espiritual, personal pero también de nuestro tiempo. El devenir humano entendido desde la perspectiva de la prosperidad tecno-económica, nos deja en medio de un paisaje extraño, intoxicados de consumo y deshechos, tiranizados por la dictadura de la felicidad y de la eterna juventud, donde la idea de prójimo se desvanece en la de usuario. En este mundo global hiperconectado, ¿cómo amar hoy? ¿qué hacer ante el dolor de los demás?
Como en los trípticos del Bosco, Brueghel, Van der Wayden o Bacon, intento pintar estadios, hitos o tránsitos del alma humana: La domesticación, Somos guerra, La buena obra o, como diría Bataille: erotismo, trabajo y muerte.
La domesticaciónse estrenó en 2019, coproducida por Teatros del Canal de Madrid. Somos la guerrase estrenó en 2021, coproducida por el Centro de Cultura Contemporánea de Conde Duque. El tríptico completo, con los dos primeros capítulos revisitados y el tercero, La buena obra, inédito, se estrena en el Festival de Otoño de Madrid, en Teatros del Canal, y tiene el apoyo del Teatro Central de Sevilla y del Graner Centre de Creació de Barcelona.
LA DOMESTICACIÓN
Al principio todo era exuberante: los cuerpos y su fuerza, la naturaleza y sus atributos, la tierra, la materia. Lo divino estaba aún en todas partes: la carne, los frutos, el sexo. Al principio, antes de los dioses y la palabra, todo era violento: los cuerpos y su fuerza, su potencia y su derroche. Los cuerpos exponen sus instintos (deseo, lengua materna) a las inercias económicas que los terminarán borrando. La economía comienza en el neolítico con la domesticación de las plantas y los animales, incluido el ser humano. Desde entonces, la historia ha sido un continuo sucederse de diferentes proyectos de domesticación.
SOMOS LA GUERRA
El cuadro central del tríptico es un evangelio apócrifo y fragmentario, como el de María Magdalena. Una obra rota, como se rompen las aguas que anuncian el parto, como las primeras palabras del mundo, mojadas enseguida de lágrimas y sudor. La guerra siempre es anónima, doméstica y cotidiana. La guerra del trabajo, la violencia del parir, del llanto. La vida como calvario. Quien trabaja, pare o reza, vive con la esperanza de la prosperidad que vendrá: riquezas, descendencia, la salvación…crear, criar, creer.
LA BUENA OBRA
La última vez que visité a mi abuela Luz, de la que heredamos el nombre mi madre y yo, a la residencia de ancianos, pensé: no hay nada que nos dé más miedo que los cuerpos que huelen a muerte. Pensé en la obsolescencia de los cuerpos. En los cuerpos residuo. En la residencia como un punto limpio de objetos tecnológicos, un vertedero de lo que no cabe en el mundo y que esperamos pacientemente que el tiempo lo haga desaparecer.
Luz Arcas | La Phármaco