El cuarto capítulo de las Historias del Teatro que están impulsando Milo Rau y el NTGent (Teatro Nacional de Gante) lo escribe Miet Warlop. La pregunta que le hacen en Gante a los artistas es: ¿Cuál es tu historia como creador teatral? La respuesta de Warlop es One song, una pieza inclasificable -como todas las suyas- que se estrenó el pasado año en el Festival de Avignon y levantó una ovación unánime, que no es tan habitual en un foro tan formado y exigente. Además, el New York Times dijo que fue uno de los mejores montajes del año y The Guardian le puso 4 estrellas. Todo esto está muy bien, pero quien ya vio un espectáculo de Warlop no necesita todas estas alharacas. El magnetismo es inmediato y vas a querer volver a ver cualquier cosa que firme esta artista belga en lo que te queda de vida, así de contundente. Y si nunca viste nada de ella, esta es una buena oportunidad. El desborde de ingenio, la profundidad disimulada en medio de una comedia absurda, la destreza casi circense de sus performers, el diálogo entre las artes escénicas y las plásticas, la sorpresa que se te dibuja en la cara desde el minuto uno y sentirte como un niño descubriendo universos increíbles, son buenas credenciales.

One song tiene, además, un componente personal de la creadora, porque se convierte en el exorcismo de la pena y el dolor por la muerte de un ser querido. Todo en un crescendo que se construye a base de repetir una sola canción, la del título, en una serie de variaciones que te va atrapando como espectador y te zarandea, comprobando cómo la música es capaz de transformar cualquier sentimiento. El último verso de la canción dice: “crees que estás en silencio y en una burbuja, pero todos a tu alrededor huelen tus problemas”. Para qué aislarse -parece decirnos- pudiendo sacar fuera tu emoción, por negativa que sea, para que la alquimia del grupo, la euforia de la masa, termine por convertir lo que era insoportable en una excusa para el festejo. La vida son dos días, mejor cantarlos y bailarlos, que perderlos en un sacrificio interior. 

Doce intérpretes entran en escena en un hipnotizante ritual sobre la despedida, la vida y la muerte, la esperanza y la resurrección. A través de la metáfora de una competición/concierto en directo, que incluye un comentarista y una animadora, Miet Warlop nos invita a formar una comunidad y levantarnos unos a otros, como en una celebración. Lo temporal se convierte así en eterno y lo personal en algo colectivo. La creadora lo explica así: “como seres humanos, somos, voluntaria e involuntariamente, gladiadores, en conflicto con el tiempo. La belleza y el confort no pueden asirse, sino que nos suceden. La necesidad de conectar nos hace a la vez vulnerables y trágicos. Vulnerables en nuestras limitaciones físicas, a pesar de los esfuerzos que hacemos para fortalecer nuestros cuerpos. Y trágicos en nuestra soledad existencial, resultado de una conciencia propia de la humanidad”. One song es la puesta en escena del desafío a los límites como condición humana, el desafío al tiempo que pasa inexorable, el desafío a la carne mortal para trascender nuestro cuerpo pensante. Es un espectáculo que recoge elementos que Warlop ha ido probando y desarrollando en otros anteriores, a modo de resumen, como los patrones sonoros y coreográficos repetidos de forma ritual, la respiración conjunta que ahuyenta los miedos y demonios de cada cual, el esfuerzo físico como metáfora, la plástica colorista y el atrevimiento descarado, la relación con los objetos y su resignificación… Una singularidad, en definitiva, que le confiere a su práctica estatus de culto, una feliz anomalía que se hace a partir de un frágil equilibrio entre lo que pasa en el escenario y lo que vive el público, un caos de emociones complejas, frenético, exaltado, lúdico, brillante.