“Regresé a Mérida porque me dijeron que le había dado un infarto a mi padre: un tal Mauricio León Rosas”. Así habla la actriz, dramaturga y directora mexicana Conchi León. Lo hace en el comienzo del monólogo autobiográfico Cachorro de León. Casi todo sobre mi padre, parafraseando el inicio de la gran novela mexicana del siglo XX: Pedro Páramo. Y si en esta novela de vivos y muertos su autor, Juan Rulfo, reconstruye una figura patriarcal, poderosa en un país parcialmente remoto de los tiempos de la revolución, en la evocación torrencial de León, la hija va en busca de un padre maltratador y alcoholizado y de una infancia marcada por la violencia.
Conchi León escribió, y estrenó, Cachorro de León hacia 2016, en el tiempo en que le comunicaron que su padre se moría de un infarto y quería volver a verla. Habían roto relaciones y a ella le suscitó dudas la posibilidad del reencuentro. “En esos días, tenía funciones en la Ciudad de México y no podía, o no quería regresar”, explicó la actriz. En un viaje íntimo, retrospectivo, hacia la memoria resurgieron recuerdos de la vida familiar. Recuerdos dolorosos de un padre ebrio que pegaba a su esposa, pero también alegres. “Me tocó ser testigo de eso desde los cuatro años. No fue fácil perdonarnos, volver a hablarnos”. La escritura cumplió su función catártica y de distanciamiento, de reconsideración, de modo que construyó con esta obra, según confesó, “una oda al perdón, a los monstruos interiores y a la maravilla de estar viva”.
Anécdotas, sarcasmo y humor negro permiten a la actriz evocar su niñez, sus inicios como actriz, el terrible accidente que sufrió y del que la salvó su padre…, mientras la música de uno de los ídolos mexicanos, Pedro Infante, que vivió en Mérida y al que el padre de León conoció, resuena con la fuerza evocativa del pasado.
Cachorro de León, que Conchi León presenta en el Festival de Otoño con su compañía Saas Tún Teatro, es una tesela más del teatro de esta creadora, que ya ha abordado en sus espectáculos la violencia sufrida por las mujeres y ha tomado de la materia de la vida (de las mujeres indígenas, de niños en situación de riesgos, de gentes en prisión) el sustrato sobre el que construye sus piezas. En ellas, se dibuja un mosaico “sanador” de un teatro que cree en la fuerza de las palabras y su poder de transformación.