A un hombre que cometió crímenes atroces y cumple arresto domiciliario en un lugar frío e inhóspito lo visitan los fantasmas de las personas que asesinó para pedirle que recuerde sus nombres y la manera en que terminó con sus vidas. Esos crímenes, en la obra teatral Labio de liebre, sucedieron en un país concreto, Colombia, aunque su resonancia pueda extenderse al resto de Hispanoamérica, allí donde han existido y existen conflictos violentos.
Diez años después de su estreno, ha vuelto a los escenarios este hito del teatro colombiano escrito y dirigido por Fabio Rubiano, que marcó un antes y un después en la dramaturgia contemporánea de aquel país por su manera aguda y provocadora de abordar las heridas de la guerra. Esta obra sobre el perdón y la venganza es uno de los montajes centrales del repertorio de la compañía Teatro Petra, fundada en 1985 por Rubiano y Marcela Valencia y con un legado de más de 35 espectáculos, reconocimientos y giras en muchos festivales. Fue su salto al gran formato y, en palabras del director, un momento de validación como compañía.
Después de una década, Labio de liebre, que toma su nombre de uno de los personajes llamado así por su labio leporino, mantiene su vigencia pues la violencia se ha mantenido, pero ha dado un pequeño giro. Un pequeño cambio que se manifiesta fundamentalmente en una mayor sensibilización hacia las víctimas y, aunque en el planteamiento inicial del montaje las víctimas no son figuras idealizadas —“tienen odios, a veces son injustas y están llenas de pasiones”, según Rubiano—, ya “no se hacen chistes sobre su dolor, pero sí sobre lo absurdo de ciertas situaciones de violencia. La obra se volvió más reflexiva, más atenta”. La ironía sigue presente, pero ahora apunta hacia lo grotesco de la violencia. Aun así, lo que el espectador del Festival de Otoño encontrará no es una verdad definitiva, sino un espacio donde conviven la contradicción, la incomodidad y el deseo de comprender. En ese equilibrio frágil, la obra ha encontrado un espacio donde la memoria no se clausura, donde el teatro no perdona ni absuelve, pero sí nombra, incomoda y transforma.