Unos grandes carteles, como esos que avisan de conciertos de cantantes y bandas planetarios, exhibían por las calles el pasado año el nombre de Mariana Enriquez. Como si fuera una rock star, pero de la literatura, anunciaban la gira de su último libro. Ese hecho daba la dimensión de la obra de la escritora argentina, en la que cuentos y novelas afines al género del terror se entreveran con lo cotidiano.
De modo que no resulta inesperado encontrarse en el teatro con Las cosas que perdimos en el fuego, título del libro de doce relatos que Enriquez publicó en 2016. El dramaturgo y director uruguayo-brasileño Leonel Schmidt lo leyó hace cinco años, en plena pandemia, y enseguida vio la posibilidad de su adaptación teatral.
Tras una larga y concienzuda deliberación, con la aquiescencia de la autora, escogió seis de los cuentos (El chico sucio, La hostería, Bajo el agua negra, Verde, rojo, anaranjado, El patio del vecino y Las cosas que perdimos en el fuego). Comenzó un arduo proceso de adaptación, cuya exigencia fundamental fue la creación de los diálogos que se desprendieran de lo que Enriquez había escrito. Y para hilar las seis historias creó el personaje de una antropóloga. La adaptación se estrenó el pasado año en Montevideo y a Enriquez le complació. “La disfruté mucho. Encontré una lectura, una mirada propia y un enorme respeto por los textos”, declaró.
¿Qué nos encontramos en esta mirada teatral que traslada el terror social de las historias de Enriquez a un único escenario, donde lo siniestro emerge de lo cotidiano? Casos inspirados en la realidad: el asesinato de un niño, el feminicidio de una joven a quien su marido roció con alcohol y prendió fuego; casos imaginarios que evocan, sin embargo, la realidad, como la memoria de la dictadura argentina, o puramente fabulados, como la obsesión de una estudiante por un niño o una investigación de homicidio y brutalidad policial.
La pobreza, la violencia, los crímenes contra las mujeres, la política, los desaparecidos… discurren ante el espectador “en un clima opresivo y, a la vez, liberador”, según ha pretendido Leonel Schmidt al trasladar al escenario la intensidad narrativa y atmosférica de la literatura de Mariana Enriquez.