El Palacio Real de Aranjuez tiene su origen en la antigua Casa Maestral de la Orden de Santiago, edificada a finales del siglo XIV y usada a partir del siglo XV como casa de recreo de los monarcas españoles.

En 1561 Felipe II encarga la construcción de un nuevo palacio al arquitecto Juan Bautista de Toledo, cuyo proyecto inicial guardaba ciertas similitudes con la edificación de El Escorial. Tras su muerte, las obras serían retomadas por Juan de Herrera, auténtico ejecutor de la idea original. Durante el reinado de la Casa Habsburgo se edificaron la torre sur, la capilla y parte del cuerpo central, quedando pendientes de levantar la escalera principal y las alas oriental y occidental.

Los incendios producidos en 1600 y 1665 llevarían a Felipe V a dar el impulso definitivo al Palacio, encargando el nuevo trazado a Pedro Caro Idrogo en 1715. El edificio actual se muestra como un conjunto aparentemente simétrico y unitario, fruto de la uniformidad barroca llevada a cabo en los años siguientes por Santiago Bonavía y Francisco Sabatini. Al primero de ellos se debe la escalinata y la fachada principal, que cuenta con un pórtico resaltado de cinco arcadas y terraza superior. De Sabatini son la Real Capilla y las dos alas laterales, en las que sigue los temas compositivos externos desarrollados por Bonavía, empleando pilastras, molduras, cornisas y balaustrada de piedra caliza de Colmenar sobre ladrillo rojo.

De las estancias interiores cabe destacar la Sala de Porcelana, recubierta con placas de motivos exóticos realizadas en la fábrica del Buen Retiro de Madrid; el Despacho de la Reina, con bóveda decorada con pinturas pompeyanas y sillería de la época de Carlos IV, y el Salón del Trono, habitación tapizada en terciopelo y amueblada con piezas de estilo rococó.