Considerada una de las joyas de la arquitectura neoclásica, fue construida por Juan de Villanueva en la segunda mitad del siglo XVIII como pabellón de recreo del futuro rey Carlos IV.

Originalmente constaba de una sola planta a la que años después se añadió un ala posterior para albergar un salón rectangular y una sala ovalada.

Sus estancias interiores guardan importantes muestras de decoración dieciochesca, como los estucos de las bóvedas o las pinturas de Maella y Bayeu, entre otros, además de una amplia colección de sedas, relojes, tapicerías y otros objetos ornamentales.

En el exterior, el edificio está rodeado por un gran jardín dividido en dos tramos. El situado delante de la fachada principal tiene una plazoleta circular con una fuente, de la que arrancan ocho avenidas con setos de boj y alguna plantación de coníferas y secuoyas de gran porte. El que se abre a la fachada posterior está estructurado en diferentes niveles, con cuadrantes de árboles frutales, rosales, coníferas, arcos de cipreses y una pequeña cascada. En el muro de contención del último nivel hay un gran mascarón dorado que vierte agua sobre un estanque en el que se almacena el agua de riego para todo el jardín. Todo el conjunto está rodeado por un cerramiento cuyos lienzos están cubiertos por rosales.